viernes, 19 de febrero de 2016

Relato 9

     
Desde lo alto del árbol en el patio de mi casa, siempre que observaba el paisaje se me cortaba la respiración. Cuando me sentía triste, enfadada o preocupada, trepaba a lo alto del árbol y todas mis preocupaciones se iban. Eso era lo que me ocurría en aquellos momentos.

Pero una vez, mientras meditaba recostada en las ramas del árbol, pensé qué se sentiría al salir de aquel pequeño pueblo donde vivía y viajar a la gran ciudad. Así que a una servidora se le ocurrió ir de visita a la casa de unos parientes lejanos, que, por cierto, nunca me habían caído muy bien que digamos.
Llegué a la casa nerviosa, pero, a pesar de ello, los días pasaron muy deprisa. Me pareció que hasta presentí a mis padres, los cuales habían muerto cuando yo era muy pequeña.
Yo me había criado con mi abuela, la cual también murió haciendo, precisamente, la labor que más le gustaba: punto. Fue un ataque al corazón.
Lo cierto es que, una noche, me desperté con deseos de beber agua. Estaba en la cocina sirviéndome un vaso, cuando, de repente, escuché unos ruidos muy fuertes que provenían del salón. Me dirigí a dicha habitación y vi que la puerta estaba abierta.
La sangre manchaba la alfombra. Vi a mis tíos sobre la alfombra persa desangrándose y no pude evitar llorar. Después de todo, aunque no me cayesen muy bien (no sé el porqué), me habían tratado con cariño y yo los apreciaba. Al momento, escuché un grito que dejaría sordo a cualquiera y decidí averiguar de dónde provenía semejante ruido.
Mi intuición me llevó hasta el despacho de mi tío, en el que al entrar, pude observar cómo una estantería había sido movida de sitio y, en el lugar que ocupaba dicho objeto, había una puerta abierta de par en par que daba a una habitación en la que entré con algo de miedo. Meciéndose sobre una butaca, situada al lado de una ventana, se encontraba una mujer cantando una melodía hermosa, a la vez que inquietante. Paró de cantar. Estuvo unos segundos en silencio y después me miró y me dijo:
-Hola, hija
Su rostro era semejante al mío y yo, en ese momento, sentía algo en mi interior que me decía que la conocía de algo, pero no podía ser... Entonces, salí corriendo de ese lugar.
Cuando estaba ya lo bastante lejos, me volví a para mirar atrás, vi la casa ardiendo en llamas. Fue en ese momento cuando decidí volver a correr, al tiempo en que me decía: “No volveré jamás”.

Macarena Garduño Rico 3º D

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