Y, de repente, sonó en la radio aquella vieja canción,
aquella que te transportaba a otra época, aquella que te sacaba una sonrisa y
transmitía bienestar. Mi madre, enfurecida por el ensordecedor volumen de la
radio, empezó a golpear la puerta de mi habitación, como si de un cíclope se
tratara.
Mi madre tiene ese don de arrancarte de
sopetón de aquel agradable mundo en el que te encuentras sumergido.