Desde lo alto de un árbol en el patio de mi casa, observo las estrellas prestándoles mis dos ojos para poder grabar en mi pupilas aquellas joyas, no sé cuándo he llegado aquí ni cuánto tiempo llevo, solo sé que no puedo apartar mi vista, me absorbe cada joya haciendo que no sienta el desamparo de la noche y haciéndome creer que esto puede durar para siempre. De pronto, se apagan una a una haciendo que comprenda que debo continuar. Bajo del árbol, sigo un camino de piedra desgastada y solitario, me fijo en las cosas de mi alrededor: mil extravagancias ocurren para mis ojos, tantas que no puedo fijarme en cada detalle; hombres vestidos con ropa femenina, mujeres peludas, seres que parecen sacados de un libro...
Sigo el camino, intentando no mirar a mi alrededor para no volverme loca, toda aquella tranquilidad que había sentido en ese grandioso árbol había sido destruida por estas insólitas escenas a cada cual más espeluznantes y más tediosas de mirar. Intento ignorar la voz de mi cabeza y seguir andando hasta que todo empieza a derretirse y mis recuerdos también. Ahora estoy en una habitación diminuta, con una alfombra en el centro y las paredes forradas con estanterías. Ocupadas con muñecas de porcelana perfectamente sentadas y vestidas, con enormes y preciosos ojos llenos de largas pestañas, mirándome. Pero todo mi tiempo se para cuando siento algo en mi pecho y veo un río de sangre brotando de él, a cada segundo más y más intenso. Mis memorias se van fragmentando y olvidando y mi último impulso es mirar cómo la sangre mancha aquella alfombra que presencia mi trágico final.
Sigo el camino, intentando no mirar a mi alrededor para no volverme loca, toda aquella tranquilidad que había sentido en ese grandioso árbol había sido destruida por estas insólitas escenas a cada cual más espeluznantes y más tediosas de mirar. Intento ignorar la voz de mi cabeza y seguir andando hasta que todo empieza a derretirse y mis recuerdos también. Ahora estoy en una habitación diminuta, con una alfombra en el centro y las paredes forradas con estanterías. Ocupadas con muñecas de porcelana perfectamente sentadas y vestidas, con enormes y preciosos ojos llenos de largas pestañas, mirándome. Pero todo mi tiempo se para cuando siento algo en mi pecho y veo un río de sangre brotando de él, a cada segundo más y más intenso. Mis memorias se van fragmentando y olvidando y mi último impulso es mirar cómo la sangre mancha aquella alfombra que presencia mi trágico final.
Una cálida luz me hace abrir los ojos y solo tengo un recuerdo: una alfombra manchada de un líquido rojizo. Quiero recuperar aquellos recuerdos, pero llego a una conclusión: los sueños, sueños son y hay que aceptar la realidad. Sé que no volveré más.
Alumna: Teresa Crespo
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