lunes, 8 de febrero de 2016

Relato 1: La excursión

(Publicamos una serie de relatos, escritos por alumnos y alumnas de 3º D y coordinados por la profesora Rosa Alcalá, que debían cumplir dos condiciones:
Tener más de 300 palabras.
Contener tres frases en común.)

Desde lo alto de un árbol en el patio de mi casa visualicé todo el entorno. Al frente, entre eucaliptos, el río Odiel; a la izquierda el puente de hierro que ahora es una vía verde pero hace muchos años fue una vía férrea que cruzaba el río. Era una línea ferroviaria que finalizaba su trayecto en Ayamonte. Mi madre decía que cuando era como yo iba a la playa de la Antilla en ese tren y que siempre iba cargado de turistas extranjeros (“guiris” es como se les llamaba a estos viajeros) cuyo destino era Portugal. A la derecha otro puente cruzaba el río, el de la carretera nacional A-49 y que se le llama “El Desvío” y al barrio que colinda con éste se le denomina “El Puente”. Las cigüeñas sobrevuelan continuamente el río y sus orillas para buscar ramas, que transportan en sus potentes picos, para hacer sus nidos en los campanarios del Convento del Vado, en la torre de Santiago, en el campanario de San Juan, en las estructuras metálicas que sirven de soporte a los cables eléctricos y también en los troncos de las palmeras que han perdido sus copas a causa de una plaga de gusanos rojos.
Cuando bajé del árbol mi hermana estaba jugando con nuestro perro Coty, nuestro gatito Mifú y nuestro querido Inseparable, que es un pajarito muy juguetón y divertido. Correteaban de un lado a otro de la casa, entraban por el salón y salían por la puerta del patio. 

Decidimos hacer una excursión por la orilla del río hasta una casa de campo que hace tiempo está abandonada. El camino fue toda una suerte de obstáculos pues hay que cruzar la carretera A-49 y sortear el continuo tráfico; además, la gran velocidad a la que conducen algunas y algunos descerebrados por ese cruce, lo hace peligroso. Los aromas a jara y eucalipto, a romero y a tomillo hacen un camino embriagador y sugerente para los sentidos. Cuando llegamos a la casa abandonada nos asomamos por la ventana y vimos una gran mancha de sangre sobre una alfombra vieja y raída. Seguimos con la vista el rastro de sangre y nos llevó hasta una puerta que estaba abierta, dimos la vuelta a la casa y entramos con cierto temor.

La estancia parecía habitada pero no había nadie. El rastro de sangre se perdía fuera, en los rochos del campo, entre jaras y Varitas de San José. Seguimos buscando y al final encontramos a una mujer mayor que vestía unos ropajes viejos y sucios. Le preguntamos si vivía en la casa y ella nos respondió que sí. Al preguntarle por la sangre que habíamos visto, ésta nos dijo que tenía un perrito que lo habían atropellado en la carretera y que vino a refugiarse a la casa y que allí perdió mucha sangre a causa de las heridas provocadas por el atropello. Pero que ella le hizo un torniquete en la pierna y se está curando en la clínica de una maravillosa veterinaria del pueblo. A la vuelta a casa no tuvimos más remedio que cruzar la carretera, mi hermana cogió en brazos Coty y yo a Mifú. Prometo que por esa carretera no volveré más.

Alumna: Carmen Bayo Sáez




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