lunes, 18 de mayo de 2015

HISTORIAS COMPARTIDAS: Una extraña melodía



     Y, de repente,  sonó en la radio aquella vieja canción, aquella que te transportaba a otra época, aquella que te sacaba una sonrisa y transmitía bienestar. Mi madre, enfurecida por el ensordecedor volumen de la radio, empezó a golpear la puerta de mi habitación, como si de un cíclope se tratara.
     Mi madre tiene ese don de arrancarte de sopetón de aquel agradable mundo en el que te encuentras sumergido.


_ ¡Alicia, baja el volumen que vas a dejar sordo a todo el mundo!
     Yo, como debemos  reconocer que hemos hecho todos alguna vez, me hice verdaderamente la sorda e intenté cortar esa cuerda que me tiraba fuertemente para sacarme del paraíso. Toda madre tiene palabras que adopta como características suyas, las de mi madre eran “locajá” y “te lo dije”. Ahora estaba a punto de pronunciar la primera…
_ ¡Baja eso, locajá!
     Como la que se acaba de enterar, abro la puerta. En ese instante, sale con gran impulso de la habitación un enorme estruendo que echa para atrás a mi madre. Definitivamente debía bajar el volumen. Aprovechando la ocasión, cogí mi mochila y despidiéndome de ella, me dirigí al puente. Debajo de éste se encontraba mi santuario.
     Al llegar, respiré como siempre para llenar mis pulmones de aquel aire característico y descendí con cuidado debajo de su estructura. Afortunadamente, por él no circulaban los coches, sino sólo personas y animales. Desde allí, había unas vistas impresionantes y el sonido del viento, acariciando las aguas del río, era tan relajante que, algunas veces, me quedaba dormida y  percibía cómo colores anaranjados y rosados se mezclaban como un lienzo en aquel maravilloso suelo.
      De repente, escuché un ruido ensordecedor. Muy asustada, miré para todos lados, pero no vi nada. El ruido volvió a sacudir el lugar y yo temblaba de miedo; pero, de pronto, vi cómo aparecía algo extraño de debajo del agua del río. Mi miedo se sustituyó por una tremenda curiosidad. Cuando me acerqué, vi con más nitidez que lo que  había debajo del agua era un ser extraño. Me quedé paralizada sin poder pronunciar ni una palabra porque aquel monstruo estaba cada vez más en la superficie. No sabía qué hacer ni adónde ir.
       En ese mismo instante, escuché cómo alguien me llamaba. Era un niño que estaba subido al puente, pero comprobé, de manera rápida, que era mi vecino de siete años, con el que apenas había tenido relación, pero que, sin embargo, ahora me resultaba alguien amigo. De todas formas, yo apenas podía pensar en otra cosa que no fuese ese ser extraño.
        Mi nuevo y jovencito amigo, llamado Carlos, me preguntó que por qué andaba tan asustada y cuando le conté todo, me sugirió que investigásemos por los alrededores. A mí no me ilusionaba la idea, pero accedí y así lo hicimos. Buscamos durante un buen rato, pero yo seguía preocupada por cómo me iba a recibir mi madre cuando volviese a casa.
      De pronto, escuchamos un gran estruendo  y nos acercamos al río para ver lo que sucedía. Una luz emergía del fondo iluminando la oscura noche y Carlos, algo asustado, decidió irse, pero yo permanecí inmóvil, incapaz de articular palabra alguna.
        El fondo del río empezó a emitir destellos deslumbradores y, casi al unísono, reconocí una preciosa melodía de mi infancia que asociaba con buenos momentos vividos con mi padre. Y no pude contener mis lágrimas. El ser extraño ya no me lo parecía.
     La música se hacía cada vez más fuerte y yo, aturdida por la extraña situación, me caí al suelo, me arrastré hasta la orilla e intenté alcanzar aquella luz. El agua estaba fría y la espesa niebla me dificultaba la visión.
     Durante unos momentos de gran extrañeza, mis dedos tocaron un objeto del que provenía la música. Se trataba de la radio perdida en el accidente que años atrás había tenido con mi padre y que, al parecer, volvía de la otra dimensión para que yo pudiese rememorar los días vividos en otro tiempo y que mi alma encontrara la paz y el sosiego.
   Permanecí tranquila, tarareando la melodía y sintiendo la presencia de mi padre que me envolvía con su presencia,  hasta que el sol apareció curioso por el puente y mi noche de ensueño se mezcló con la realidad de un nuevo día.

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