Nora cayó al suelo exhausta, mientras que por su mente circulaban imágenes de los hermosos momentos que había pasado con su madre.
<<Momentos que quedarán enterrados en el pasado>>,
pensó. Esta reflexión le hizo ladear la cabeza. No podía…no debía pensar en ese
tipo de cosas. Por un momento, Nora se sintió inútil e incapaz de hacer nada,
pero después de unos segundos se le pasó por la mente una idea, aunque…un tanto
descabellada.
Saltar por la ventana de su habitación no parecía una idea muy
acertada, pero era la única salida. En ese momento, su madre volvió a gritar y
esta vez sintió que podría ser la última vez que escuchase su voz por la
intensidad de esta. No se lo pensó dos veces y saltó por la ventana, la noche
no acompañaba y el gran frío que hacía, penetraba en sus huesos y los volvía
inmóviles. La caída era grande ya que se encontraba en un tercer piso,
pero su madre la necesitaba y esta idea la mantuvo alerta y con fuerzas para
bajar.
Se deslizaba con cuidado sobre el frío canal cuando un cuervo le
empezó a picotear los dedos, pero el ruido del monstruo lo alejó facilitando
así la tarea de Nora. A dos metros del suelo, Nora resbaló y cayó sobre un
rosal haciéndose bastante daño. Magullada y herida, Nora se levantó, estaba
aturdida por el golpe, le dolían los codos y las rodillas, pero las frescas
gotas de lluvia que caían aliviaban su dolor. Permaneció inmóvil “disfrutando” del
fresco de la noche cuando se acordó de por qué estaba allí: <<su
madre>>
Como pudo, se puso en pie y con cuidado de no resbalarse con el
suelo embarrado, caminó hacia la ventana del comedor donde se encontraba su
madre. El cristal estaba empañado por el frío, con miedo pasó su pequeña
mano desvelando la terrorífica escena. No vio al monstruo ni a su madre, pero
pequeñas gotitas rojas resbalaban por el cristal. Nora, aturdida, deseaba que
no fuese sangre. Una sombra, de repente, oscureció toda la estancia y Nora
rápidamente se agachó para no ser vista. Solo quería morirse, su madre, era
sangre de su madre; ese monstruo la había matado, qué sentido tenía su vida
ahora. Escuchó el ruido de la puerta abriéndose, no supo qué hacer, simplemente
se agarró las piernas y escondió la cabeza entre sus brazos. Entre temblor y
temblor, notó una mano en su hombro izquierdo, con más miedo que nunca se
aferró a su destino y alzó la mirada con más fuerza y furia que nunca,
pero quién era aquella persona. Nora no sabía quién era aquel hombre, su cara
desprendía confianza y seguridad, pero el miedo que Nora tenía en aquel
instante le impedía vocalizar palabra alguna. <<Soy
Michael>>, dijo, <<tranquila, no voy a hacerte daño, soy vuestro
nuevo vecino, oí unas voces y…>> Nora se levantó corriendo y se acercó a
la puerta, solo se escuchaba el viento enfurecido golpeando los cristales y la
lluvia tratando de apaciguar su enfado. Poco a poco empujó la puerta y para su
sorpresa, descubrió que su madre estaba viva, estaba de una pieza, ni heridas
ni golpes… era como si no hubiera ocurrido nada. Dudosa, se acercó a su madre y
la abrazó, fue un alivio notar su corazón golpeando con fuerza y el olor a
champú que desprendía su cabello. Se fundieron ambas en aquel abrazo escuchando
la profunda respiración la una de la otra. Nora sacó energía y le preguntó a su
madre qué había ocurrido, la madre le selló los labios con su dedo índice y con
un leve movimiento de cabeza le negó respuesta a su pregunta.
El nuevo vecino contemplaba la escena desde la puerta y
emocionado les frotó la espalda a madre e hija.
Este relato fue iniciado por AZIZA AKERRAZ (1º Bachillerato)
Este relato fue iniciado por AZIZA AKERRAZ (1º Bachillerato)
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