lunes, 24 de noviembre de 2014

HISTORIAS COMPARTIDAS 1: Nora y el ser monstruoso

    Nora golpeó la puerta hasta que sus manos comenzaron a vibrar. En aquel momento incontables sentimientos inundaban su corazón (si es que quedaba de él). Sentía cómo sus ojos ardían, cómo sus puños temblaban de ira, y cómo un nudo se formaba en su garganta, amenazando con no deshacerse jamás. En el exterior, fuera de su habitación, su madre estaba siendo torturada a manos de un monstruo. Escuchaba los gritos desgarradores que emitía su madre y sentía que con cada uno de ellos perdía la poca fuerza que conservaba. También sentía las palpitaciones de su corazón; estas parecían estar poseídas por una fuerza inhumana capaz de romper sus costillas para abrirse camino y huir al exterior, a otro lugar, a otro mundo. De repente, los gritos cesaron y una vaga sensación de alivio la recorrió. Por otra parte, intuía que la causa de aquel silencio repentino no era nada agradable. Había perdido a su padre diez años atrás en la guerra y no quería que pasara lo mismo con su madre, no quería perder a aquella mujer sobreprotectora, a aquella mujer de pelo cobrizo y delicadas pecas anaranjadas esparcidas por sus pómulos, a aquella mujer que la había ayudado a levantarse en sus interminables caídas y a aquella mujer que, durante los diez años siguientes a la muerte de su padre, había tenido que asumir dos papeles y aguantar el peso de infinidad de cosas sobre sus hombros.   

      Nora cayó al suelo exhausta, mientras que por su mente circulaban imágenes de los hermosos momentos que había pasado con su madre.

    <<Momentos que quedarán enterrados en el pasado>>, pensó. Esta reflexión le hizo ladear la cabeza. No podía…no debía pensar en ese tipo de cosas. Por un momento, Nora se sintió inútil e incapaz de hacer nada, pero después de unos segundos se le pasó por la mente una idea, aunque…un tanto descabellada.

      Saltar por la ventana de su habitación no parecía una idea muy acertada, pero era la única salida. En ese momento, su madre volvió a gritar y esta vez sintió que podría ser la última vez que escuchase su voz por la intensidad de esta. No se lo pensó dos veces y saltó por la ventana, la noche no acompañaba y el gran frío que hacía, penetraba en sus huesos y los volvía inmóviles.  La caída era grande ya que se encontraba en un tercer piso, pero su madre la necesitaba y esta idea la mantuvo alerta y con fuerzas para bajar.

     Se deslizaba con cuidado sobre el frío canal cuando un cuervo le empezó a picotear los dedos, pero el ruido del monstruo lo alejó facilitando así la tarea de Nora. A dos metros del suelo, Nora resbaló y cayó sobre un rosal haciéndose bastante daño. Magullada y herida, Nora se levantó, estaba aturdida por el golpe, le dolían los codos y las rodillas, pero las frescas gotas de lluvia que caían aliviaban su dolor. Permaneció inmóvil “disfrutando” del fresco de la noche cuando se acordó de por qué estaba allí: <<su madre>>

    Como pudo, se puso en pie y con cuidado de no resbalarse con el suelo embarrado, caminó hacia la ventana del comedor donde se encontraba su madre.  El cristal estaba empañado por el frío, con miedo pasó su pequeña mano desvelando la terrorífica escena. No vio al monstruo ni a su madre, pero pequeñas gotitas rojas resbalaban por el cristal. Nora, aturdida, deseaba que no fuese sangre. Una sombra, de repente, oscureció toda la estancia y Nora rápidamente se agachó para no ser vista. Solo quería morirse, su madre, era sangre de su madre; ese monstruo la había matado, qué sentido tenía su vida ahora. Escuchó el ruido de la puerta abriéndose, no supo qué hacer, simplemente se agarró las piernas y escondió la cabeza entre sus brazos. Entre temblor y temblor, notó una mano en su hombro izquierdo, con más miedo que nunca se aferró  a su destino y alzó la mirada con más fuerza y furia que nunca, pero quién era aquella persona. Nora no sabía quién era aquel hombre, su cara desprendía confianza y seguridad, pero el miedo que Nora tenía en aquel instante le impedía vocalizar palabra alguna.  <<Soy Michael>>, dijo, <<tranquila, no voy a hacerte daño, soy vuestro nuevo vecino, oí unas voces y…>> Nora se levantó corriendo y se acercó a la puerta, solo se escuchaba el viento enfurecido golpeando los cristales y la lluvia tratando de apaciguar su enfado. Poco a poco empujó la puerta y para su sorpresa, descubrió que su madre estaba viva, estaba de una pieza, ni heridas ni golpes… era como si no hubiera ocurrido nada. Dudosa, se acercó a su madre y la abrazó, fue un alivio notar su corazón golpeando con fuerza y el olor a champú que desprendía su cabello. Se fundieron ambas en aquel abrazo escuchando la profunda respiración la una de la otra. Nora sacó energía y le preguntó a su madre qué había ocurrido, la madre le selló los labios con su dedo índice y con un leve movimiento de cabeza le negó respuesta a su pregunta.

       El nuevo vecino contemplaba la escena desde la puerta y emocionado les frotó la espalda a madre e hija.

Este  relato fue iniciado por AZIZA AKERRAZ (1º Bachillerato)

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