La chica miraba con fascinación el viejo reloj, sabía que tenía algo muy
especial.
Esa noche la niña no podía dormir,
estaba inquieta por todo lo que había pasado ese día, pero se acordó del
medallón de su abuela y eso le dio fuerzas. Bajó de la cama, se puso sus
zapatillas y cogió con sigilo el artilugio. Miró todos los detalles con mucha
atención. La cubierta, al parecer de plata, era fría y mostraba grabados chinos
de oro. Recordó que su abuela siempre había sido muy fanática de la cultura
china. Al abrirlo vio su engranaje. Su funcionamiento era diferente al de los
demás, las ruedas dentadas giraban hacia la izquierda. Sin duda ese reloj era
muy especial; en la parte de atrás, encontró una ruedecita marcada
con unos símbolos.
La curiosidad hizo que Alba girase la
rueda y marcó -5 y, cuando pestañeó, se
encontraba de nuevo llorando en su cama. Volvían a ser las siete de la tarde.
Sorprendida, presionó el botón de retorno y, en un abrir y cerrar de ojos, de
nuevo era medianoche.
Se le ocurrían muchas cosas que podía
hacer con ese mágico reloj, pero su prioridad era encontrarse con su abuela.
-Abuela…- pensó.
Volvió a acariciar el reloj y , mientras
lo pasaba de una mano a otra, pensó que, de caer en las manos equivocadas,
aquel artilugio dejaría de ser un simple reloj con grabados de la dinastía Ming
para convertirse en un arma capaz de cambiar la realidad en la que estaba
viviendo. Si utilizaba el reloj para volver al momento en el que su abuela
todavía seguía con vida, con el simple hecho de tocar, decir o hacer algo,
podrían cambiar infinidad de cosas en el presente.
“Hasta mi propia existencia…”
comprendió, y un débil escalofrío recorrió su espina dorsal.
Pero, si el reloj era peligroso hasta
ese punto, ¿por qué su abuela se lo había dado?, ¿por qué se preocupó por
dejarlo en las manos de su nieta?
Puede que su abuela hubiera pensado que
aquella era la única manera de proteger un objeto tan valioso y destructivo
como aquel.
Mientras seguía pensando, se formó en su
cabeza la imagen nítida de una anciana, cuyo pelo largo y ceniciento caía sobre
unos hombros cansados ya por el tiempo. Su delicado rostro estaba cubierto de
arrugas que, al utilizar maquillaje, provocaba que leves hendiduras se abrieran
en él. Sus ojos, parecían dos esferas de aguamarina que iban y venían de un
lado hacia el otro.
Al pensar en todos esos rasgos de su
abuela, una de las personas que más
quería y admiraba en este mundo, el deseo de volver a verla y al menos decirle
adiós, se apoderó de su corazón. Se secó las lágrimas que surcaban sus mejillas
con la manga de su camisa; respiró profundamente y giró la ruedecita
del reloj con los dedos temblorosos.
Al girarla, todo su mundo cambió. De
repente, apareció en una calle, enfrente de una casa peculiar. Era verano, ya
que hacía mucho calor. El tiempo volvió hacia atrás 50 años,
donde aún su madre no vivía. Una mujer muy guapa, vestida de blanco, salió de
aquella casa. Alba la observó detenidamente y se dio cuenta de que
era su querida abuela. Le entraron ganas de ir a abrazarla, pero pensó que no
la creería. Comenzó a seguirla disimuladamente. Su abuela miró hacia atrás y se
sorprendió un poco, pero siguió hacía delante. Se paró después de
andar unos doscientos metros, se giró y anduvo hacia ella.
Le preguntó qué quería. Alba, asustada
por no saber qué hacer, ni qué decir, le explicó que era su nieta.
Ella dijo que era imposible, como era de
suponer, ya que no tenía ni hijos aún.
Alba le dijo que le contaría todo,
pero en algún sitio más tranquilo. Su abuela aceptó y fueron a una cafetería
que estaba enfrente. Alba se lo contó todo y, en ese instante, su abuela se
acordó del viejo reloj que le había regalado su abuela cuando murió, al igual
que haría ella con sus futuros nietos.
Fueron rápidamente a la casa de la
abuela, ya que allí estaba el viejo reloj. Hicieron lo mismo que había hecho
Alba, pero surgió un inconveniente: al girar la pequeña rueda del reloj, no ocurrió
nada, las dos se quedaron mirándose muy asombradas. Pensaron que el reloj aún
no era mágico, que, a lo largo del tiempo, le ocurriría algo que les
diese la oportunidad de viajar en el tiempo. Las dos pasaron una espectacular
tarde juntas, sin darle importancia a lo
del reloj.
Cuando dieron las nueve de la noche, se
despidieron con mucho cariño y, de repente, el reloj empezó a brillar y Alba
desapareció. Se encontraba de nuevo en su casa. No contó nada, porque como
todos sabemos, nadie la creería.
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